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Nacido en el seno de una familia de tradición militar, su
primera intención fue ingresar en la Academia Naval. El cierre temporal
de ingreso en ésta hizo que el joven Franco dirigiera sus pasos hacia
infantería, en cuya Academia de Toledo ingresó en 1907. Su paso por la
academia marcó profundamente su personalidad, tanto en la instrucción
técnica y la influencia filosófica recibida, como por el trato con los
otros cadetes. Su escasa estatura, la voz aflautada y una mínima
brillantez académica le hicieron objeto de algunas bromas que, lejos de
apaciguar su inquieta y ambiciosa vida interior, sirvieron de acicate
superador. Al ser graduado en la Academia solicitó como destino
Marruecos, donde, de hecho, acabó formándose como soldado y donde
consiguió buena aparte de sus ascensos, tanto por antigüedad como por
méritos de guerra, además de ser herido de gravedad. Al alcanzar el grado de comandante fue destinado a Oviedo (1916), donde
tuvo un puesto destacado en la represión de la huelga revolucionaria del
año siguiente. Su estancia en la capital asturiana le permitió alternar
por primera vez con la alta burguesía local, entre la que encontró a la
que sería años después su esposa: Carmen Polo. La creación del famoso
Tercio de la Legión Extranjera (1920) al mando de Queipo de Llano hizo
que éste solicitara el concurso de Franco, quien en su segundo destino en
Marruecos dirigió la primera bandera del Tercio. De su experiencia
bélica en el Protectorado dejó constancia en su obra Diario de una
bandera (1922). Sus actuaciones en maniobras militares despertaron el
interés del rey Alfonso XIII, quien lo nombró "gentilhombre de
cámara" y apadrinó su boda en 1923. Este acercamiento a la corona
le posibilitó un destino en la Península, pero tras alcanzar el grado de
teniente coronel y ante la grave situación del ejército en Marruecos
retornó al mando del Tercio. Las intervenciones para derrotar la
oposición cabileña emprendidas por el nuevo gobierno de Primo de Rivera
(desembarco de Alhucemas, ocupación de Axdir...) tuvieron en Franco uno
de sus más brillantes y fríos ejecutores, lo que le catapultó al grado
de general de división a la corta edad de treinta y tres años, el más
joven militar europeo de su época. Pacificado el Protectorado y dada por
concluida la guerra, Primo de Rivera le designó director de la Academia
de Zaragoza (1928) con el encargo de reorganizar y tecnificar la carrera
militar. En ese puesto le sorprendió la proclamación de la II República
Española. El ministro de la Guerra, Manuel Azaña, clausuró la Academia
en su programa de reforma militar (1931); en su significativo discurso de
cierre Franco evidenció (contrariamente a la mesura y precaución que
siempre utilizó) el profundo malestar que le producía la medida, los
nuevos dirigentes y el mismo régimen. Esto hizo que permaneciera durante
un año en expectativa de destino hasta que fue finalmente emplazado
primero en La Coruña y posteriormente a la comandancia de las Baleares
(1933). La pérdida de las elecciones posibilitó el acceso al gobierno
del bloque radical-cedista,lo que permitió el inicio de una
contrarreforma militar. Fue nombrado asesor militar del gobierno de
Lerroux y en calidad de ello dirigió la represión de la revolución de
Asturias (octubre de 1934) y fue nombrado Comandante en Jefe del ejército
en Marruecos. De allí fue llamado por el nuevo ministro de la Guerra, Gil
Robles, para ponerlo al frente del Estado Mayor Central (1935). Tras el
triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, las nuevas autoridades
tuvieron noticias de conjuras militares golpistas, por lo que practicaron
una política de traslados de los principales jefes sospechosos. Franco
fue destinado a la comandancia de Canarias, desde donde participó, si
bien de modo secundario, en la preparación de un golpe militar. Las dudas
de Franco sobre sumarse o no de modo activo al movimiento conspirador
persistieron hasta fechas muy avanzadas: a finales de junio de 1936 envió
una carta al presidente Casares Quiroga exortándole a que utilizara el
ejército para frenar la descomposición de la grave situación social. El asesinato del dirigente ultraderechista Calvo Sotelo sirvió de
pretexto y señal definitiva para poner en marcha el golpe de estado. El
papel reservado a Franco era trascendental: un avión fletado en Londres
debía llevarlo al frente del ejército en Marruecos. El 17 de julio las
tropas en Melilla se alzaron en armas e inmediatamente, tras sumarse desde
su comandancia al pronunciamiento, voló clandestinamente hasta Tetuán y
en el Protectorado se puso al mando del cuerpo del ejército más
determinante en los comienzos de la guerra: la Legión. El primer
obstáculo fue el traslado de los efectivos a la Península, lo que
consiguió con la ayuda logística alemana e italiana, iniciando a
continuación un rápido despliegue por la vega del Guadalquivir y
Extremadura en el que consiguió liberar la asediada Academia de
Infantería en el Alcázar de Toledo y llegar a las puertas de Madrid. Pero lo que debía ser una rápido y contundente golpe de estado se
convirtió en una larga guerra civil. El llamado a ser jefe de las fuerzas
sublevadas, el general Sanjurjo, exiliado en Portugal, sufrió un
accidente de aviación que acabó con su vida. Debido a ello, los
dirigentes militares formaron una Junta de Defensa al frente de la cual
debía situarse el general responsable del mando supremo. La elección
recayó en Franco (29 de septiembre de 1936) debido a ser el jefe de la
unidad militar más poderosa en ese momento, además de que contaba con
las simpatías personales de Hitler y Mussolini, los principales apoyos
internacionales de los sublevados. A partir de ese momento, la historia
personal de Franco y la historia de España corren en paralelo. Franco aprovechó su situación privilegiada al frente del
autocalificado ejército nacional para afianzar su puesto en el nuevo
estado en formación. En octubre de 1936 fue proclamado Generalísimo de
los ejércitos, en abril del año siguiente se situó al frente del nuevo
partido único, FET de las JONS, y en enero de 1938 se proclamó Jefe de
Estado. La tenencia del poder supremo del ejército, el gobierno y el
estado quedó ratificada simbólicamente con la adopción oficial del
título de Caudillo de España. Franco contaba cuarenta y cinco años. La figura de Franco salió de la Guerra Civil elevada a la máxima categoría. Su liderazgo militar, político e institucional era absoluto y a partir de ese momento puso en marcha un régimen dictatorial que conservó hasta su muerte.
La personalidad política de Franco estuvo condicionada por su rango
militar, por la preparación humanística y por la filosofía corporativa
que a principios de siglo tenía la pertenencia al ejército. En sus
sucesivos destinos marroquíes acabó por formar su vocación y
dedicación militar: él mismo confesó que no comprendía su vida sin la
experiencia africana. Su apuesta por la dura disciplina la aplicó en su
paso por el mando de la Legión y de ella extrajo importantes enseñanzas:
más que geniales planteamientos estratégicos, la guerra en Marruecos
exigía orden sistemático, ciega determinación y paciente tenacidad,
virtudes que luego aplicaría en la represión asturiana y en la Guerra
Civil. Además, Franco hacía ostentación en el frente de un desprecio
absoluto por la vida humana, un ensañamiento que resguardaba bajo el
imperio del reglamento y una defensa absoluta de la obediencia
jerárquica. Toda esta experiencia acumulada en el frente y los rasgos fundamentales
de su condición militar fueron vertidos sobre su personalidad política,
lo que tuvo trascendentales consecuencias en su imposición al frente del
Alzamiento, en su estilo de gobierno y en su punto de vista sobre la
realidad sociopolítica española. Aparte de reiteradas quejas sobre la
falta de respaldo de las fuerzas políticas al ejército en Marruecos,
Franco había permanecido totalmente ajeno al ámbito político hasta los
años treinta. Era un convencido monárquico y la proclamación de la
República le disgustó; pero, más allá del cambio de régimen, sobre
todo le afectaban las actuaciones de algunos dirigentes gubernamentales,
el jacobinismo de algunos parlamentarios y el crecimiento del poder de las
fuerzas sindicales y los partidos revolucionarios. Durante los años treinta, Franco fortaleció las bases doctrinales que
había recibido en su período educativo y la vivencia en el círculo
cerrado del ejército. La creencia en el papel director de ejército, la
acendrada religiosidad y el antiobrerismo presentes en el conjunto de
ideas de la derecha española de la época, fueron integradas durante los
años treinta en una visión historicista, radical e integrista. Se
sumaron, además, dos ideas que vertebraron con posterioridad su
concepción política: la primera fue el anticomunismo, al que respondió
integrándose en un ultranacionalismo de características totalitarias y
militaristas; el segundo fue el antimasonismo que, en ocasiones,
identificó con la degradación de las prácticas democráticas y las
instituciones parlamentarias. A este concepto respondió con un
reforzamiento de la religiosidad, cuyos principios debían ser mantenidos
desde la instituciones e impregnar todo el entramado social. La fusión
del ultranacionalismo y el integrismo religioso perfiló definitivamente
la personalidad mesiánica de Franco, de ahí su creencia en la
provindencialidad de su aparición y haber sido llamado a llenar una de
las páginas más gloriosas de la historia de España. Simbólicamente,
esta fusión de características encuentra su mejor concreción en la
leyenda que hizo grabar en las monedas que llevaban su efigie: Caudillo de
España por la gracia de Dios. Franco y su régimen
En primer lugar, es necesario destacar el carácter personal de la
dictadura: fue la figura de Franco la que dio unidad a este larga etapa de
la historia de España, cuya evolución ideológica, planteamientos
económicos y sociales y respaldo social cambiaron profundamente a lo
largo de los años. La personalidad de Franco engloba toda estos cambios,
integrándolos en una especie de evolución que, en realidad, encubrió
fuertes contradicciones internas dentro del régimen La dictadura franquista fue consciente y, en ocasiones, vocacionalmente
una dictadura militar, aunque, a diferencia de otras dictaduras
coetáneas, no por ser el ejército como corporación quien dirigiera el
régimen sino por ser el dictador un militar y trasladar los usos
castrenses a esferas administrativas y gubernamentales. En muchos
discursos de Franco estaba presente la metáfora de España como cuartel.
Por parte del ejército, cuya actuación posibilitó la implantación del
régimen franquista y siempre fue un respaldo básico del mismo, no
siempre tuvo un fácil influencia sobre las decisiones de la cúpula
gubernamental, en especial desde finales de los años cincuenta. El régimen franquista fue también una dictadura de partido único. En plena Guerra Civil Franco ordenó la unificación forzosa decretada de todas las fuerzas y partidos políticos que respaldaban el Alzamiento, creando con todo el conjunto la FET de las JONS como único partido reconocido (179 de abril de 1937). En su seno convivieron posicionamientos ideológicos muy distintos en principio conocidos como las familias del régimen: falangistas. monárquicos, carlistas, católicos..., aunque la evolución del régimen y, en especial, el sometimiento de las fuerzas políticas internas a los dictados de Franco difuminó de hecho los extremos más contradictorios. La redacción de los Estatutos de Falange (1939) y la constitución del Consejo Nacional de Falange (1942) fundamentaron la pretensión totalitaria del partido (y por tanto del régimen que respaldaba), no sólo sobre la política nacional sino sobre la propia vida cotidiana de los ciudadanos. Esta división de origen dentro del partido único dio al franquismo un peculiar sentido de pluralidad, utilizado por Franco como ejercicio de arbitraje entre las diversas familias para mantener sin contrapartidas su liderazgo indiscutido. Por último, es necesario señalar la importancia del respaldo otorgado a la dictadura franquista por la Iglesia. La jerarquía eclesiástica dio su beneplácito al golpe de estado de julio de 1936, identificó el movimiento insurgente como Cruzada e, incluso, llegó a recibir la bendición papal, además de ser el Vaticano uno de los primeros estados, junto con Alemania e Italia, en reconocer el Estado Nacional dirigido por Franco. Los cardenales Segura, Gomá y Pla y Deniel, junto con numerosos intelectuales religiosos, legitimaron el Alzamiento y el régimen implantado por los vencedores de la Guerra Civil suministrando al mismo considerables fuentes argumentales e ideológicas en las décadas posteriores. La influencia de la Iglesia se aprecia también en la presencia en altos cargos de la administración de personalidades dirigentes de movimientos católicos seglares, en especial de la Organización Nacional de Propagandistas en los años cuarenta-cincuenta y del Opus Dei en los sesenta y setenta. |
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